Caí en cuenta minutos(o horas) más tarde que conciliar el sueño aquella noche ya no sería posible. Enfurecido, por el insomnio en el que caí. Ni siquiera quise ver la hora. Anhelaba aquella noche solamente una cosa, y una cosa solamente anhelaba aquella noche. Deambulé por la casa, ansioso. Decidí prepararme una taza de café. -Si no tengo sueño, y tengo la mente activa ¿Porqué no aprovechar para escuchar la lluvia y relajarse?.
Así que manos a la obra. Fui directo a la alacena, con memoria muscular entre la penumbra encontré el tarro que buscaba. Acto seguido, llevé el fino grano de oro molido al colador. En minuto y medio tenía lista el agua hirviendo. Al tiempo que se fue la luz. Por gracia divina había traído conmigo una manta. Abrí la puerta de madera del corredor la cual da a la calle de lastre que pasa al frente. Mi perro Max entró a la casa y se acurruco entre mis piernas al tiempo que yo me sentaba y en piso de madera. Relámpago ¡Taz!. -Relámpago -¡Taz!. Nos cubrí a los dos con la manta azul para evitar el frío, a Max se le salía la cola negro-amarela.
La estrecha calle de piedra se llenaba cada vez más de agua, al tiempo que bajaba el liquido negro de mi taza de café, convirtiéndose casi en un río. Se veía el agua transitar calle abajo con una fuerza tremenda, conforme se llenaba, piedras cada vez más y más grandes iban corriente abajo. Sin embargo, la fuerte lluvia no permitía que se escuchase otro sonido aparte de aquel estruendo provocado por el caer de las gotas grandes y pesadas sobre el tejado. Alguna extraña analogía con los pensamientos de aquella noche. El tiempo transcurría, el río crecía, mis pensamientos más profundos y pesados se tornaban y las ojeras, eternas acompañantes de mis ojos, agrietaban más y más la piel de mi rostro.
Era un grano de olor y sabor fuerte, me gustaba tomarlo sin azúcar. Me traía una paz, como cuando amaneces con una amante, pero aun está dormida. Esos momentos de paz reflejado en el rostro durmiente de dicho ser era algo que me gustaba contemplar, me gustaba imaginarme en qué soñaba. ¿Qué mundos estaría creando su cerebro?¿Cuántas personalidades sería capaz de crear?¿Ocuparía de algún humilde hombre que la salve de de su propia cotidianeidad? Cada vez que inhalaba el aire de la habitación, ese conjunto de aromas y sonidos me llenaban de paz.
El claro-oscuro celestino se empezó a asomar en los arboles de enfrente y el frío acompañante eterno del alba amenazaba aparecer con su entrada triunfial. La lluvia empezó a disminuir y las nubes le dieron paso al sol que amanecía radiante aquella mañana de sábado. Allí continuábamos Max y yo sentados, esperando saber qué cosa. Él yacía dormido, yo arrecostado a la pared color papaya mientras el dulce canto de los pajarillos "pecho amarillo" posados en los cables de luz saludaban al olor de pan recién horneado de la panadería que se ubica contiguo a casa. Imaginaba que algo se secreteaban, al rato y estaban hablando del aspecto que pudo haber tenido el ver un hombre de mediana edad, en pijamas abrigado en un mismo manto azul con su perro.
-Creo que es hora de arrecostarse un rato.
Me levanté, Max sacudió la cola. Se estiró, dio media vuelta y salió alegre a la calle. Cerré la puerta al tiempo que oí el sonido de una bicicleta de repartidor de periódicos subir por el lastre mojado. Dejé la taza de café en el desayunador, corrí el picaporte de la puerta y me dirigí al cuarto. Sin encender luz alguna me arrecosté situando mi cuerpo en dirección al clóset de aluminio que se ubica al lado izquierdo.
Un brazo suave, pálido y con los poros salidos por el frío recorrió mi pecho, al mismo instante un pezón duro bailaba con uno de los lunares de mi espalda....
-Buenos días amor. Susurró a mi oído una vez que entre dormida sonaba como un coro angelical.
-Buenas noches Aurora...
Se oyó por la eternidad aquel recital mandatario que esperaba mi cuerpo y mente para poder conciliar sueño alguno.