Entrada destacada

Acceso al poder de la información (El Hack-activismo).

Por: Johao Larios, estudiante Ingeniería en Sistemas. Julian Assange,     fundador de Wikilieaks-esa organización que hace temblar a ...

miércoles, 13 de julio de 2016

Aurora se llamaba

Leyendo sobre la psicología de masas de Freud. Meditabundo sobre esos mundos del campo psicológico me dormí. Un rayo en la noche lluviosa me despertó. Aparté el libro, el cuaderno de notas y el lápiz de la cama que yacían esparcidos sobre ella. Me puse las pijamas y me metí entre los edredones. Cada que parecía que iba cayendo en el abismo de los sueños, se me atravesaba un pensamiento que me despertaba otra vez y cuando no era eso, era un centello y ¡taz!. Otro centello. 1,2,3...taz. Relampagueaba y tronaba como si estuviera en medio de un combate bélico. Mis nervios estaban ya en punto de caramelo.

Caí en cuenta minutos(o horas) más tarde que conciliar el sueño aquella noche ya no sería posible. Enfurecido, por el insomnio en el que caí. Ni siquiera quise ver la hora. Anhelaba aquella noche solamente una cosa, y una cosa solamente anhelaba aquella noche. Deambulé por la casa, ansioso. Decidí prepararme una taza de café. -Si no tengo sueño, y tengo la mente activa ¿Porqué no aprovechar para escuchar la lluvia y relajarse?.

Así que manos a la obra. Fui directo a la alacena, con memoria muscular entre la penumbra encontré el tarro que buscaba. Acto seguido, llevé el fino grano de oro molido al colador. En minuto y medio tenía lista el agua hirviendo. Al tiempo que se fue la luz. Por gracia divina había traído conmigo una manta. Abrí la puerta de madera del corredor la cual da a la calle de lastre que pasa al frente. Mi perro Max entró a la casa y se acurruco entre mis piernas al tiempo que yo me sentaba y en piso de madera. Relámpago ¡Taz!. -Relámpago -¡Taz!. Nos cubrí a los dos con la manta azul para evitar el frío, a Max se le salía la cola negro-amarela.

La estrecha calle de piedra se llenaba cada vez más de agua, al tiempo que bajaba el liquido negro de mi taza de café, convirtiéndose casi en un río. Se veía el agua transitar calle abajo con una fuerza tremenda, conforme se llenaba, piedras cada vez más y más grandes iban corriente abajo. Sin embargo, la fuerte lluvia no permitía que se escuchase otro sonido aparte de aquel estruendo provocado por el caer de las gotas grandes y pesadas sobre el tejado.  Alguna extraña analogía con los pensamientos de aquella noche. El tiempo transcurría, el río crecía, mis pensamientos más profundos y pesados se tornaban y las ojeras, eternas acompañantes de mis ojos, agrietaban más y más la piel de mi rostro.



El olor a tierra mojada, entremezclado con el olor del pelaje mojado de Max y el del café recién chorreado era mágico. Conforme avanzaba la noche, con el pasar de las agujas al son del tic tac del reloj de pared los olores se entremezclaban con mis pensamientos. Danzando cual pareja de bailarines argentina le danzan al tiempo y al espacio mientras suena un tango. El olor a tierra mojada me traía recuerdos de antaño de cuando cuando despedía a mi padre al salir por el mismo umbral, con su sombrero de ala corta y su maleta de mano. Solía esperarlo con ansias en la noche volver. Hasta que un día no volvió. El olor y calor de Max me traían recuerdos de mi madre, quizás por el calor que soltaba su cuerpo, el olor tan especial que tenía él y el amor puro y sencillo que tiene un perro agradecido con su acompañante humano. El aroma del café, me refrescaba la nariz de alguna forma.

Era un grano de olor y sabor fuerte, me gustaba tomarlo sin azúcar. Me traía una paz, como cuando amaneces con una amante, pero aun está dormida. Esos momentos de paz reflejado en el rostro durmiente de dicho ser era algo que me gustaba contemplar, me gustaba imaginarme en qué soñaba. ¿Qué mundos estaría creando su cerebro?¿Cuántas personalidades sería capaz de crear?¿Ocuparía de algún humilde hombre que la salve de de su propia cotidianeidad? Cada vez que inhalaba el aire de la habitación, ese conjunto de aromas y sonidos me llenaban de paz.

El claro-oscuro celestino se empezó a asomar en los arboles de enfrente y el frío acompañante eterno del alba amenazaba aparecer con su entrada triunfial. La lluvia empezó a disminuir y las nubes le dieron paso al sol que amanecía radiante aquella mañana de sábado. Allí continuábamos Max y yo sentados, esperando saber qué cosa. Él yacía dormido, yo arrecostado a la pared color papaya mientras el dulce canto de los pajarillos "pecho amarillo"  posados en los cables de luz saludaban al olor de pan recién horneado de la panadería que se ubica contiguo a casa. Imaginaba que algo se secreteaban, al rato y estaban hablando del aspecto que pudo haber tenido el ver un hombre de mediana edad, en pijamas abrigado en un mismo manto azul con su perro.

-Creo que es hora de arrecostarse un rato.

Me levanté, Max sacudió la cola. Se estiró, dio media vuelta y salió alegre a la calle. Cerré la puerta al tiempo que oí el sonido de una bicicleta de repartidor de periódicos subir por el lastre mojado. Dejé la taza de café en el desayunador, corrí el picaporte de la puerta y me dirigí al cuarto. Sin encender luz alguna me arrecosté situando mi cuerpo en dirección al clóset de aluminio que se ubica al lado izquierdo.

Un brazo suave, pálido y con los poros salidos por el frío recorrió mi pecho, al mismo instante un pezón duro bailaba con uno de los lunares de mi espalda....

-Buenos días amor. Susurró a mi oído una vez que entre dormida sonaba como un coro angelical.

-Buenas noches Aurora...

Se oyó por la eternidad aquel recital mandatario que esperaba mi cuerpo y mente para poder conciliar sueño alguno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario