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lunes, 1 de agosto de 2016

La caja de Maple

Entro por el patio trasero, muevo al sapo de cemento que resguarda la entrada al corredor y tomo un juego de llaves que esperaban ansiosas por un par de manos, le doy dos vueltas al pasador de la puerta que da hacia el sur, por alguna razón, mi puerta preferida de todo el lugar. Antes de entrar, sacudo la nieve del abrigo de cuero café que me regaló Leonora hace dos años el dia de mi natalicio un día martes, el último año bisiesto.

Agotado me recuesto al sofá rojizo que está en la sala de estar, me quito los zapatos estilo botines arriba del tobillo y dejo caer mi cabeza contra el respaldar de manos derecho. Despierto y el reloj de muñequera con sus dos fieles acompañantes eternos marca las 11 de la mañana, es decir, dormí más de ocho horas. Con las ojeras aún rasgando mi rostro, tomo impulso y decido enfrentar la realidad. Leonora me había dejado hacía tres días, y es hasta este momento, después de dos semanas que entro a lo que llamé nuestro hogar. No tenía el valor de regresar.

Dejó una nota pegada al refrigerador, cosa que era común en ella. Anunciaba, entre muchos conjuntos de letras con sentido para el entendimiento humano que se retiraba para siempre, que no tenía el valor para posar sus ojos café contra mis ojos verdes una última vez.
"Nunca es fácil despedirse de alguien a quien uno amó por tanto tiempo, nunca es fácil tampoco tener el valor de juntar tus cosas y retirarse. No me busques, y no vayas detrás mío. Supera esto, como lo has hecho con tus ex-amantes. Vive, sé feliz y no dejes que tu sonrisa se apague. Ya hemos conversado todo aquello que debe de ser conversado... Entre nuestras sabanas quedarán los recuerdos de nuestro amor carnal y amor humano reciproco que tenemos el uno hacia el otro. Como un acto de devoción hacia el tiempo que duró nuestro presente juntos, dejo mis fotografías, mi anillo de compromiso y los dvd's que acumulamos de nuestras series y películas favoritas, lo demás, me encargaré de que no te estorbe".

Al subir a nuestro cuarto, todo era desorden. Se vislumbraba como una escena del crimen; gavetas vacías y tiradas en el suelo, los dos espejos rotos. Una peluca de mujer  color rojizo que de lejos se notaba había sido recortada con aires de colera y/o sufrimiento. Papeles quemados a medias, y ceniza por doquier. Zapatos desperdigados por el suelo sin su otro par, un brassier de encaje negro colgaba del ventilador blanco que yacía de pie, imponente sobre el caos de habitación que representaba dicha escena.



Con paciencia fransciscana, dediqué más de tres horas para ordenar aquella escena. No tope con rastro alguno de sangre, o de violencia en contra de alguno de mis objetos. Al acabar, tomé una ducha de agua caliente, de esas que sirven para dejar fluir con el agua todos los sentimientos encontrados gracias a una situación como esta. Recién acabé de vestirme de nuevo, con un pantalón beige y la guayabera blanca que compre en nuestro viaje por centroamérica.

-¡Ding dong!, sonó el timbre.
-Buenos días, ¿es ud el señor Jimenez?
-Si señor.
-Somos del servicio de la funeraria. El cuerpo está listo, los actos inician a las 10 de la mañana y necesitamos que firme los papeles para retirar el cuerpo para que procedamos con la vela de su esposa Leonora.
-¿Siguieron las instrucciones de la caja?
-Si Sr. Caja de madera de Maple con el vidrio hasta el ombligo. También le colocamos el vestido de novia que nos solicitó.

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