Era alto, y con ramas llenas de hojas
verdes. Podía sentir como las raíces me alimentaban, podía discernir todos los
sabores metálicos de los nutrientes que absorbía a través de ellas. Transitaba la mañana, aún sentía el frío rocío
refrescar mi cuerpo. En mi tronco sentía como los pajarillos a los que les daba
casa despertaban y como los insectos comenzaban su faena diaria de retirar
partes de mi cuerpo que ya necesitaban ser renovadas.
Tenía conocimiento del tiempo, o al menos
sabía que había ciclos que se cumplían y podía reconocerlos. El día, la noche.
El ciclo de vida de los carpinteros y las lechuzas. El tiempo que tardaba uno
de mis frutos en crecer, madurar y convertirse en semilla germinadora.
En mi bosque, que para efectos humanos
vendría siento como un barrio. Había muchas especies de árboles, los había de
dos tipos: de los que se auto reproducen y los que necesitaban otro árbol para poder
germinar. A algunos nos ayudaban las abejitas o pájaros frutales para estas y
otras tareas, que para los humanos son comunes.
Aunque todas estas sensaciones aún me
parecían extrañas, algo me llamó poderosamente la atención. Era algo que me parecía muy interesante. Muy
interesante. Cada cierto tiempo me sentía cansado. Un cansancio que llegaba paulatinamente y se
me metía en las entrañas, tanto así que sentía cómo poco a poco perdía
autonomía de mis extremidades y de otras funciones que podía realizar. Sin
darme cuenta, caía en un sueño profundo donde todo era tan oscuro que perdía la
capacidad de distinguir colores.
Parte de las cosas interesantes, y qué me
costó entender, es que algunas veces despertaba y tenía un anillo más adentro
de mi tronco, otras veces tenía 2. Otras 100 y otras hasta 500. Los árboles más
sabios utilizan estos anillos para determinar qué tan antiguo era un árbol en
particular.
Entre cada uno de esos descansos, mi bosque
cambiaba. Algunas veces al despertar veía animales distintos a los cuales les
brindaba abrigo durante ese ciclo que permanecía despierto. Veía como algunos
amigos arboles ya no estaban. Consultaba con otros amigos y me explicaban que a
aquél le cayó un rayo, que este otro no aguantó todas las hojas que produjo y
se quebró así mismo. Otros tenían heridas causadas por otros animales que eran
más violentos y nos golpeaban cada cierto tiempo.
Con el paso de los ciclos, conocí a otro árbol
con coincidía más a menudo en esto de los ciclos. Aunque algunas otras veces
pasaban ciclos y ciclos y no volvía a saber de él, en los que coincidíamos,
¡Cómo la pasábamos!
Como se encontraba un poco lejano a mí (había
un riachuelo de por medio). Y, como podrán saber, los árboles no caminamos. Nos
comunicamos mediante mensajes que nos enviamos con pájaros que nos visitaban a
ambos. Y a veces con insectos, pero estos son más vivos y siempre nos piden
algo a cambio, algunos exigían que les dejáramos adentrarse un poco en nuestra
corteza para llegar a nutrientes más exquisitos para preparar mejores platillos
para las comidas que se pegaba la reina de su especie. Eso los hacía felices. Nos hace felices.
Tuvimos una linda amistad, si así pudiese llamársele.
Nos gustaba jugar a adivinar en qué estación del clima nos encontrábamos. Era
muy sabio, sobre todo para brindar consejos. Sin embargo, para este juego era
pésimo, pero me gustaba el brillo que tomaban sus hojas cuando me ganaba.
Entonces a veces le daba pistas. Por ejemplo, una de las últimas conversaciones
que habíamos tenido :
- ¿Has notado como la tierra se ve más
oscura? O ¿has visto que se ven charcos en el suelo?
-Pues sí, bobito. Estamos acercándonos al
invierno.
- ¿Cómo sabes? me contestó que la mañana
anterior había sentido cómo un pájaro estaba preparando su nido en su tronco
para hibernar, y que sentía que sus raíces estaban creciendo aún más rápido que
de costumbre.
Este era un ciclo particular. Ya habían
pasado muchas lunas llenas, y aún los dos permanecíamos despiertos. Seguimos comunicándonos
todos los días mediante un carpintero al que yo le di hogar, que de tanto en
tanto iba hasta el otro lado del río a traer materiales de construcción para su
casita.
Convivimos una temporada de muchas lluvias
y muchos vientos, ambos perdimos muchas ramas y quedamos casi deshojados. Una
mañana, empecé a sentir que ya pronto vendría otro ciclo de sueño. Por lo que
decidí mandarle un recado, mencionando que este ciclo había sido bastante
extenso y qué había sido un gusto coincidir por tanto tiempo. Logré enviar el
recado, pero nunca tuve respuesta.
Antes de quedarme dormido, aún sentía como
mis raíces iban creciendo con más fuerza. Noté que crecían más de un lugar en
particular, que se dirigía hacia la dirección en que se iban los pajarillos a
buscar agua.
Pasaron muchos otros ciclos, no volvía a saber
del otro árbol. A los árboles nos sucede mucho eso. Por algunos ciclos hacemos
amigos que están allí para hacernos compañía, se hacen nuestros confidentes.
Incluso algunos animalitos y uno que otro hongo se nos une en un grupo ameno en
que todos nos ayudamos unos a otros. Pero
debido a los ciclos, esos amigos rotan mucho. Por lo cual no preste mucha importancia cuando
no recibí noticias de mi amigo y solamente me sentía agradecido por que tuve
con quién jugar a las adivinanzas por un tiempo tan largo.
Hubo algunos ciclos aburridos, en los que
nada sucedía y en los que no tenía amigos para enviarnos recados. Al cabo de
unos cientos de ciclos. Recibí de inquilina a una vieja búho.
Ella era divertida, pero me irritaba de
sobre manera que prefería vivir su vida en la oscuridad de la noche y no
durante el día, como la mayoría de los animales del bosque.
Un día, el búho llegó a casa algo herida.
Se había enfrentado a una gran águila y por suerte pudo huir. No se habló de
otra cosa en el bosque durante varios ciclos lunares.
Otras amigas búhos de ella venían constantemente
a dejarle remedios, le decían: -come de este gusano, que te ayudará a recuperar
tus alas. El otro le decía que no comiera de ese, que mejor comiera cierta baya
que había recolectado en otro bosque.
Al cabo de cierto tiempo, los amigos búhos
dejaron de volver. Yo había cambiado mis hábitos para permanecer despierto por las
noches en caso de que la señora búho despertara y necesitase algo. Una noche en
particular, en que la luna estaba dándonos un espectáculo de luces, y había brisa,
pero no hacía frío, la señora búho salió de su nido volando como una reina. Nos
dio un espectáculo de vuelo, agarraba impulso y se iba a lo más alto y luego
cerraba sus alas, y colocaba su cabeza hacia el frente y se dejaba caer a
velocidades increíbles, solamente para abrir las alas justamente antes de
llegar al suelo y planear entre los árboles.
¡Todo el bosque se levantó a verla!, las luciérnagas hicieron una
especie de carretera aérea y los carpinteros hacían de tambores con sus picos y
los Congos y otros animales cantaban en coro. ¡era una fiesta total!
Al final de la noche, ya cuando la mayoría
de los seres vivos se habían recostado, se sentó en una de mis ramas y me contó
lo que le sucedió, con lujo de detalle.
-No he sido totalmente honesta con
Uds. Pertenezco a un batallón de búhos.
Somos de segundo alcance. Viajamos de bosque en bosque procurando ayudar a los
árboles. Nuestros amigos, para así perpetuar más esta alianza milenaria en que
Uds. nos dan abrigo, y nosotros brindamos seguridad y sistema de mensajería
premium.
-Antes de que yo llegara a este bosque,
otro grupo de búhos exploradores paso y detectó que aquí vivía una de las
águilas más peligrosas de toda la sierra. De inmediato nuestros superiores
idearon un plan para dar con el nido de esta y boicotear sus planes de
establecerse por acá. Esta águila es de
nuestro máximo interés. Ya qué, según nuestros informes, ha estado dañando
correspondencias entre cualquier tipo de bosque.
-Mi escuadrón es especializado en trabajos
de encubierto, me enviaron acá con el resto de mi equipo y nos establecimos
correctamente sin la menor sospecha por parte de Uds.
Siguió con la historia. Me comentó que, al
tiempo de estudiar los movimientos del águila, una del búho logró dar con el
nido de esta. Y se dio cuenta de que coleccionaba recados que los árboles se enviaban
entre ellos. Entonces pensaron en una maniobra un poco peligrosa, pero que sin
duda daría éxito. Un par de búhos distraerían al águila, y el otro par irían a
buscar los recados. Se decía que entre estos recados perdidos se encontraba
información milenaria, que se había perdido hace muchos círculos de anillos y
qué esta información debía ser recuperada y enviada a sus destinatarios lo más
pronto posible.
Se prepararon por semanas, reclutaron
algunos pájaros que ayudaron y otros qué al final a la hora de la hora se
asustaron. Una noche de tantas, llegó el momento del ataque furtivo. Las
primeras dos búhos lograron distraer con éxito al águila, pero una murió
durante este movimiento porque el reflejo de la luna en un charco la encandiló
e hizo qué no viera bien la rama de un árbol. Chocando a una velocidad increíble
su cabeza. Rebotando en el suelo empantanado.
Mientras tanto, los otros dos búhos se
dedicaban a recoger todos los recados, pero a la señora búho que habitaba en mi
tronco algo le parecía sospechoso. Había mucha paz en aquel nido, en aquella
noche. Cuando se disponía a decirle a su otra compañera que abortaran la
misión, volteó a ver y está estaba entre las garras de otra águila, era gemela idéntica
de la otra. Del susto dejó botadas todos los recados, pero antes de huir, vio
una que tenía mi nombre como destinatario. A devolverse por ella, el águila que
ya había acabado con el otro búho. La atacó. La señora búho logro huir de
milagro y llegar a su nido.
Estaba tan sorprendido de la historia, y como
árbol estaba tan acostumbrado a perder la pista de los recados, que no le
preste atención a esta parte del relato.
De un momento a otro, me dice la señora
búho:
- ¿Quieres oír el recado que rescate para
ti? Lo memoricé mientras estaba en cama. Y no te preocupes, el otro búho que
estaba distrayendo al águila logró escapar y pidió refuerzos, y logramos acabar
con las dos águilas.
-hmm, pues sí. Creo. A ver, cuéntame.
El recado era de mi amigo árbol. El de hace
muchos ciclos atrás. al parecer no era una respuesta a mi recado, pero más bien
un recado nuevo en el que me decía que nunca se había sentido así por otro árbol.
Qué estaba muy feliz de haberse divertido tanto conmigo y me daba las gracias
por las veces que le consolé mientras se sentía solo. Pues nunca había pasado
un ciclo despierto tan largo como aquel.
Me sentí feliz, pero como mencioné antes los
árboles estamos acostumbrados a dejar ir nuestras amistadas con otros
árboles. Nuestras amistades son
pasajeras, pero con mucho significado.
Al cabo de algunos ciclos lunares, volví a
caer dormido.
Desperté unos cuantos ciclos después. Era
de madrugada, pero sentía un calor intenso. ¡Había un incendio en el bosque!
Rápidamente supe que era época seca y que no habría lluvia que nos salvara.
Pero noté algo extraño. Tenía otra voz en
mi cabeza.
- ¡Hola! me dijo sollozando la voz extraña.
Y con un tono calmado.
- Te conozco, ¿verdad? le pregunté,
mientras me preguntaba a mí mismo si esto era una alucinación provocada para
distraerme del hecho de que me estaba quemando.
-Sí, ¿quieres jugar a adivinar el clima?
Sentí una paz interna, por fin habíamos
vuelto a tener contacto. No podía explicarme esta nueva forma de enviarnos
recados. Estábamos utilizando nuestras mentes.
El fuego ya estaba consumiendo mis ramas,
algunas ya se habían quebrado y los animales a los cuales les servía de
alimento yacían calcinados en el suelo.
De un pronto a otro lo entendí todo,
nuestras raíces se habían conectado. Fue tal nuestra conexión en aquel ciclo.
Qué ellas habían buscado la manera de conectarse, se dieron cuenta que en aquel
tiempo florecimos más y nos veíamos con colores más bonitos. Las raíces aprendieron
que aparte de nutrientes, necesitamos conexiones con otros árboles para tener
mejores vidas.
Al final de la noche, empezó a caer una
leve llovizna. De mis ramas y mis hojas
no quedó nada. Al otro árbol no lo afectó el fuego. De este lado del bosque ya
algunos animales sobrevivientes empezaron a emerger. Empecé a sentir cansancio nuevamente.
Me despedí mentalmente de mi amigo árbol, y
sentí una calidez cómo nunca la había sentido.
Al cabo de unos ciclos volví a despertar.
De inmediato me sentí vigoroso y con mucha más energía que nunca. ¡Y ahora
tenía comunicación directa con el otro árbol! él me había esperado hasta qué
logré recuperarme lo suficiente para despertar de nuevo.
- ¡Hola dormilón! escuché con una voz cálida
y suave.
En ese momento me desperté siendo humano. Sonreía
mucho sobre mi cama, sabiendo que los humanos también requerimos conexiones
reales con otros humanos para sobrevivir a los incendios de nuestras vidas y nuestro
mundo.
Y fui feliz, como no lo había sido en mucho
tiempo porque supe que esos dos árboles se habían encontrado uno al otro y
permanecerían unidos por el resto de sus vidas hasta donde fuese necesario.